La ocasión la pintan calva.
Una sincera invitación, un apresurado ¡Voy! y aquí que me tienes buscando unos billetes de avión que no me desangren y preparando el equipo para pasar unos días en una región apasionante, en un país que me fascina y acompañado por buenos amigos.
Mi mujer se queda con las ganas, pero ¡qué le vamos a hacer!.
Es la tercera vez que viajo a Israel y estoy seguro de que no será la última. Veréis por qué.
4 de Noviembre 2006
Yo debo ser una persona muy impresionable porque me llaman la atención demasiadas cosas.
Por ejemplo, me llama la atención ver que las azafatas de Air Nostrum son eslavas, con lo que concluyo que lo de Nostrum es cada vez más cosmopolita e integrador.
Me llama la atención que al bajar del avioncito de hélice me den una revista que se llama Extremadura Informa, lujosamente editada y que ensalza las virtudes de Extremadura en Investigación y desarrollo. Yo no se si los contribuyentes extremeños saben que con su dinero el resto de los españoles y algún que otro extranjero sabe que esa comunidad investiga sobre el corcho, los alimentos y la construcción. Sí deben saber que tienen universidad y que investiga, porque eso no es ninguna novedad.
Bueno ya estoy en Tel Aviv, bueno, mejor dicho en el Aeropuerto Ben Gurión. Vamos a ver como va el paso por las ventanillas de inmigración. Mi amigo Oren (Pino en traducción literal) ya me espera afuera.
Me hago el sueco y balbuceo el inglés. Con esta gente mejor no saber que dárselas de listo. Que dónde me quedo, que donde duermo. Total que le doy el nombre de mi amigo y me pregunta la dirección. Le muestro mi agenda y algo vio o entendió que se lió a poner sellos en todos los papeles que tenía delante, dejándome pasar al instante. Empezamos bien.
He llegado en el día del aniversario del asesinato de Isaac Rabin. Hay organizado un gran homenaje en la plaza de Tel Aviv en la que lo mataron y donde permanentemente se le recuerda.
De momento voy al Hotel. En realidad no es un hotel normal. Aquí se llama un zimmer. Está formado por bungalows en lo alto de una colina que deja al oeste el llano que baja hasta el mar y al este Jerusalén y el desierto de Judea.
Está cerca de la A1, la autopista que va de Tel Aviv a Jerusalén y anteriormente fue un moshav, algo parecido a un kibutz pero donde no todo es propiedad común. Está en Shoresh y al estar alto, noto el fresco y lo notaré más porque anuncian tormenta y lluvia (a las tormentas aquí les ponen nombres como a los huracanes).
He pasado por casa de Oren para saludar a su mujer Galit y ver como han crecido sus hijos Romi y Roi. Mas tarde nos reuniremos cerca de Tel Aviv con los padres de Oren para cenar en Sushisamba un nuevo restaurante fashion cuya decoración ha costado 3 millones de euros. Está en Ramat Hahayal, el barrio de las empresas hi tech, como la famosa Comverse.
No está mal, camareros y camareras vestidos de negro, Evian sin gas y Perrier con gas. Lo vais pillando, ¿no?.
La comida está clara, revisad el nombre. Carnes Brasil, pescados Japón. Todo francamente bueno. Mucha beautiful people, hasta un famoso jugador del Maccabi de Tel Aviv.
Los padres de Oren me devuelven al Moshav, ahora lleve a mares y en el Hotel me rodea la niebla. Espero que pase pronto porque he traído ropa de verano.
5 de Noviembre 2006
Hoy va a ser un relato difícil de escribir con el móvil. Ha habido un par de emociones fuertes que exigen, al menos una de ellas, comodidad en la escritura.
El plan de hoy es recorrer los Altos del Golán, así que hemos tomado la carretera que va de Jerusalén al Mar Muerto y que va bajando desde los 700 metros de la capital a los -400 de las proximidades del Mar Muerto.
Un poco antes de llegar a Jericó, entramos en un asentamiento de colonos que nos da una vista desde lo alto de esa ciudad siete veces milenaria. La vista no es muy buena porque está lloviendo, pero suficiente para sentir un poco. Las colinas del desierto de Judea son un espectáculo en si mismas y vemos, o mejor dicho, adivinamos el tajo que el wadi hace en el paisaje en el lugar en el que se encuentra un monasterio cristiano desde la época bizantina.
Seguimos camino y torcemos al norte por la carretera que bordea el río Jordán. Por aquí está el lugar del bautismo de Jesús, pero al ser frontera con Jordania no es posible visitarlo al ser zona militar.
Cerca hay un monasterio ortodoxo al que hacemos una breve visita.
Nos apetece un café. Vemos un cartel que anuncia a la derecha, el Guy-Li Café y entramos cruzando la verja vigilada, a la primera casa prefabricada de este asentamiento de Na'a-ma. Es un café bien decorado, algo oscuro, muy nuevo. Esta vacío excepto por una chica muy guapa, con una belleza discreta y unos ojos verdes preciosos.
Pedimos los cafés y me llama la atención una foto colgada en la pared. Una buena foto que muestra a un hombre sosteniendo un café y mirando alegre a la cámara.
Mi amigo pregunta por la foto y la chica contesta preguntando: ¿Lo conocías?. El uso del pasado inicia una conversación que nos dejara conmovidos. Ya lo contaré mejor, pero la historia es que Guy, el de la foto, murió el último día de la reciente guerra del Líbano bajo el fuego de Hizbulah.
Me dejó hacerle una foto y una vez más fui tan torpe que no conseguí fotografiar su pena.
Seguimos hacia el Norte viendo primero Jordania y luego Siria a nuestra derecha. El Mar de Tiberiades por mi izquierda fue una novedad, siempre lo había visto desde Galilea.
Comimos, en un pueblo druso, el mejor falafel que he comido nunca. Quedaron sin visitar los dos volcanes que salpican esta gran meseta llena de vides que son los altos del Golán y el propio monte Hermón, envueltos en la niebla y las nubes bajas.
Recorrimos la frontera con el Líbano y nos dirigimos hacia el sur ya caída la noche.
En casa de Oren, vimos fotos y un vídeo de su visita a Polonia en pos de las huellas del holocausto. Lo veas como lo veas, siempre provoca estupor y vergüenza ajena. Conmoción.
Mañana sera el día de Jerusalén...
La historia de Li Hi y Guy
La historia de Guy y Li Hi es de esas que te dejan pensando durante mucho tiempo y te encogen el estómago hasta que la gula o el hambre aparecen.
Os contaba cómo llegamos al Guy-Li Café, en el asentamiento de Na'a-ma cerca del río Jordán cuando se abre al Mar Muerto.
Hay que pasar la verja de entrada y explicar al guardia armado la razón de la visita. Suelen ser empleados de empresas de seguridad y además de controlar los accesos, vigilan el perímetro vallado del asentamiento que los judíos llaman pueblo, sin hacer distinción entre los que están dentro o fuera de las fronteras del 67.
Recuerdo que había unos hombres poniendo césped alrededor del barracón prefabricado donde se encuentra el café. En aquella tierra árida, un poco de verde alegra mucho la vista. Hoy menos porque está nublado, completamente encapotado, pero aquí tan alejados del mar, no llueve.
Entramos en el café, la barra al fondo, unas mesas delante y un rincón relax a la derecha, donde la decoración intenta hacer el espacio más cálido y mezcla lo juvenil con lo beduino. Alfombras, sofás bajos, equipo de música y un par de guitarras.
Me llamó la atención la foto que hay colgada a la izquierda de la barra. Es una foto en formato cuadrado de unos 30x30 que muestra a un joven con camiseta negra sosteniendo en primer plano un café, dejando ver a su izquierda parte del café. El gesto de él es simpático y la foto está bien compuesta e iluminada.
No sé quién la hizo, aunque bien pudiera ser de Li Hi, la bella muchacha que atiende el bar y que tiene estudios de fotografía. Li Hi es guapa, lleva el pelo recogido en una coleta, tiene unos ojos preciosos, pero no es lo alegre que cabía esperar.
Mi amigo, al comentarle que me había gustado la foto, le preguntó a la chica quién era el muchacho de la foto.
Ella le respondió: ¿Lo conocías?
El uso del tiempo pasado sorprendió a mi amigo y se entabló entre ellos una conversación que resumo desde su traducción.
Los padres de Li Hi viven en Samaria y se dedican al cultivo de plantas aromáticas. Cuando conoció a Guy los abandonó para irse a vivir con él a su pueblo, Na'a-ma , y abrir el café que era su proyecto juntos.
Juntos, también, habían viajado a la India. El ambiente esotérico, espiritual, un poco hippie de nuestros días está de moda en Israel. Guy también había viajado por China al acabar su periodo de servicio militar.
Eran felices y estaban muy ilusionados con su café. Yo creo que más por el hecho de estar juntos que por la prosperidad del negocio, al pié de una carretera poco frecuentada que va al Norte desde Jericó. No es una zona cómoda, en los territorios ocupados de Cisjordania, cerca de esa ciudad que defiende el título de ser la ciudad más antigua de la Tierra permanentemente habitada, hoy bajo la Autoridad Palestina, y por donde ya no se cruza para ir al norte. Ahora hay que dar un rodeo por un by pass.
Ella estaba sola, con la única compañía de Guy. Durante el día, entran pocas personas al café. Por la tarde se anima algo más gracias a los jóvenes que viven en Na'a-ma.
El caso es que hace algunas semanas, Guy fue movilizado como reservista para ir a la Guerra del Líbano. Su pequeña unidad se encontraba a sólo 600 metros de la frontera, en territorio libanés y perfectamente camuflada. La guerra había acabado, se sabía que Israel aceptaba las condiciones de la ONU para la retirada de sus tropas en menos de 24 horas.
Ehud Olmert, no obstante, quiso aprovechar hasta el último minuto para lanzar acciones de guerra contra Hizbulah, manteniendo las posiciones. Parece que la relajación de la inminente retirada hizo que un convoy de apoyo logístico se dirigiera a las posiciones de la unidad de Guy llevando comida y pertrechos. Fueron descuidados y su movimiento delató la posición.
Al rato, varios misiles de Hizbulah acabaron con la vida de Guy y de otros tres soldados hebreos. Tuvo mala suerte y murió por unas horas, sin remedio y sin sentido.
Intervine en la conversación para preguntar a Li que a quién odiaba más, si a Ehud Olmert o a Hizbulah. La pregunta era estúpida y así lo refrendó la respuesta: A todos, dijo Li.
Ahora me resulta obvio. Li tiene que estar enfadada con todo y con todos. Guy ya no está con ella, le queda el proyecto del café que está empeñada en llevar adelante a pesar de la soledad. Al fin y al cabo, es lo que le queda de Guy.
Lleva un colgante al cuello, es una placa que me parecía una placa de identificación militar. No es eso, es algo relacionado con la cábala y que reza en hebreo y en inglés, "Amor sin fin".
Yo no soy capaz de seguir una conversación en hebreo, así que me dediqué a contemplar fijamente los ojos y la mirada de Li. En un par de ocasiones sus ojos se humedecieron, pero no salió de ellos ni una sola lágrima. En otras ocasiones sonrió con una profunda tristeza. Dos meses es muy poco tiempo para reponerse de una tragedia así.
Le pedí una foto y tuvimos que salir a la calle porque dentro no había luz. Entre mi torpeza y un cliente que entró a pedir un café para llevar las fotos son peores que lo que yo había idealizado.
Unos días más tarde, comentando esta situación, me contaron que una televisión israelí le había hecho un reportaje contando esta misma historia.
Yo tuve mucha suerte, mi amigo es de una edad parecida y se mueve en un ambiente similar al de Li. Gracias a ello y a las ganas de comunicarse con alguien para aliviar su silencio y su soledad, os puedo contar esta historia.
6 de Noviembre 2006
Jerusalén es una ciudad magnética. Todo me hace desear volver allí y creo que la ciudad vieja es el principal polo de atracción.
No me extraña, desde hace 3.000 años es el centro de la humanidad, desde que el Rey David asentara su reino en estas tierras.
Es la tercera vez que la visito y la dejaré con la sensación de que me ha faltado tiempo, que no la he sentido suficiente. Porque Jerusalén es una ciudad más para sentir que para visitar.
No obstante, tiene muchas cosas que ver y en el plano histórico o arqueológico, cada vez hay nuevas cosas, nuevos museos. Y es que las excavaciones empezaron en 1.967 y no han parado desde entonces.
Por una casualidad, hoy soy huésped de la Municipalidad de Jerusalén, y me ha preparado una serie de visitas guiadas. Tengo curiosidad por saber qué tipo de visitas han pensado para mi, aunque empezando por la Ciudad de David la cosa tiene pinta de ser histórico-arqueológica y neutral políticamente.
La Ciudad de David se encuentra al sureste de la Explanada de las Mezquitas, sobre una elevación de terreno que deja al Este el torrente del Cedrón. Al Oeste había en aquellos tiempos otro pequeño barranco, pero hoy está completamente construido. Es el lugar de la primera Jerusalén y aunque ya hay bastante excavado, suficiente como para asegurar la veracidad de lo que se dice, siguen trabajando.
Salomón buscó al noroeste de esta elevación un lugar llano para construir el Primer Templo, en el monte donde hoy están las Mezquita de la Roca y la de Al-Aqsa.
El guía tiene unos planos y unos dibujos que recrean cómo era esto hace casi tres mil años y me sorprende porque para ilustrar sus explicaciones se basa en las escrituras bíblicas, casando personajes citados allí con los sellos de arcilla encontrados en estas excavaciones. En realidad no se ve gran cosa, algunos muros, algunas dependencias de viviendas de la época. Imagino que a fuerza de excavar, en el futuro esto tendrá más que enseñar.
Al frente nos queda el Monte de los Olivos, con el gran cementerio judío en su ladera y las viviendas árabes que se han construido allí sobre las cuevas en las que se hicieron los enterramientos de esta época y sucesivas.
En una sala con todos los adelantos técnicos y todas las comodidades, nos pasan una película en 3D, vista con gafas que deduzco son polarizadas, que nos ilustra perfectamente sobre lo que estamos viendo.
Y nos queda el plato fuerte que es el conducto subterráneo que llevaba el agua desde la fuente que da al torrente Cedrón hasta la balsa que se construyó al otro lado, pasando por aquella ciudad. El manantial sigue fluyendo y hay dos rutas para seguir el conducto, la ruta húmeda y la ruta seca. Nos hubiera gustado recorrer la primera, pero no llevábamos indumentaria adecuada, así que lo hicimos por parte de la ruta seca hasta llegar a la calle que es hoy el cauce del Cedrón, donde terminó la visita.
Una furgoneta, algo destartalada, nos llevará de nuevo a las puertas de la muralla que encierra la ciudad vieja, y por donde entramos a visitar el Parque Arqueológico y el Davidson Center, centrado en la época del Segundo Templo, el de Herodes, y los tiempos siguientes.
La visita empieza viendo la esquina sur del muro occidental, tan sagrado para los judíos. Este muro no es el del Templo, sino que es un muro construido hace 2000 años para formar la explanada donde se asentaba el Templo y demás dependencias religiosas y de servicios.
Aunque visto a trozos, no parece muy grande, en realidad sí lo es. Desde esta esquina sur, vemos un buen pedazo hacia el norte. Luego hay una zona de excavaciones. Le sigue la parte donde los judíos oran, que acaba en la sinagoga del arco y sigue muchos metros más adosado a las casas del barrio musulmán.
Vemos también la parte sur del muro, pegada a la mezquita de Al-Aqsa, que tiene representaciones de las épocas bizantina, mameluca, árabe, cruzada, etc. y han tenido un buen cuidado de excavar a diferentes niveles para dejar al descubierto zonas correspondientes a los diferentes periodos.
La tecnología, aquí, no será una película en 3D, sino un modelo informático que reproduce la arquitectura de la época y con el que recorremos de nuevo lo que hemos visto al natural y algunas cosas que sólo imaginamos.
Me parece que la técnica expositiva que tienen aquí es especialmente didáctica. Las ruinas, las piedras, no están especialmente cuidadas. Digamos que han excavado para saber pero han sido respetuosos con lo que quedaba, sin inventar nada. Luego, mediante el uso de la tecnología, han hecho una reconstrucción virtual que nos permite regresar a través del tiempo y visitar el lugar cuando estaba en su máximo apogeo.
Entramos ahora en la zona del Muro, tras los reglamentarios controles y registros de seguridad. Es una zona especial, incluso para los no judíos. Muchos ortodoxos, algunos turistas, la zona para las mujeres, la zona para los hombres... Siempre hay alguien orando frente al muro y a esta hora del día, varias celebraciones del Bar Mitzvá y aprovechando que tenemos que esperar un poco por el guía que nos acompañará a los Túneles del Muro, nos invitan a tomar una especie de pestiños con miel, dulcísimos y energéticos, de una de estas celebraciones del Bar Mitzvá.
Hay una fuentes rituales donde los más ortodoxos se purifican lavándose las manos y usan un curioso artilugio. Es una especie de jarra con dos asas separadas por un ángulo de unos 100º, de manera que la sujetan con el asa de la izquierda para lavar su mano derecha y con la de la derecha para lavar su mano izquierda.
Llega el guía, el primero que habla español porque es argentino. Me pregunta de dónde soy y le respondo que de Castellón. No conoce mi ciudad, así que le digo que está a 60 km. al norte de Valencia y su siguiente pregunta me desconcierta:
- Entonces, ¿eres del Valencia o del Villarreal?
O sea, no conoce Castellón, pero sí Villarreal...
Demostración palpable del efecto publicitario y divulgador del fútbol y una ventaja para los que somos aficionados del Villarreal. Este hombre me pondrá al día de lo que ocurrió en España en la jornada liguera de ayer, con especial información sobre mi equipo y sobre el desempeño de los jugadores argentinos que juegan en España.
Volviendo a la historia, estos túneles del muro empezaron a excavarse con la victoria del 67 y la recuperación de esta zona de Jerusalén que estaba en manos de Jordania. En el 86 se abrieron al público y recorren por debajo de las viviendas del barrio árabe, toda la longitud del muro hacia el norte.
La verdad es que algunas losas de piedra de más de 13 metros de longitud impresionan, como también lo hace una pequeña sinagoga, como un ensanche del túnel que se sitúa en el punto donde menor es la distancia, unos 100 metros, a donde estuvo el santa santorum del templo de Herodes, hoy dentro de la Mezquita de la Roca.
Pensé que no lo haría nunca, pero aquí, en este lugar recogido, escribí en un papel algunos sentimientos y los metí en una ranura del muro. Acabó por ser el momento mágico del día.
Más adelante hay unos huecos en el suelo, cubiertos con un cristal grueso que nos permiten ver la base del muro, unos metros más abajo, y algunas consecuencias de la destrucción de Tito.
Se acaba con un aljibe de la época de Adriano y se sale a la calle dentro del barrio musulmán, donde nos aguarda un escolta armado que nos acompañara, Vía Dolorosa adelante, hasta la salida.
La verdad es que me sobraba el guardaespaldas y el resto de la gente. Me hubiera paseado por esas callejas como hice en mi primera visita, antes de la segunda intifada. Volver a descubrir las viejas confesiones cristianas, siríacos, armenios, coptos; las ortodoxas griegas o rusas; todas con sus pequeñas iglesias y conventos en esta ciudad vieja separada en barrios confesionales pero toda igual, con el mismo sabor eterno.
De salida pasamos muy cerca del templo del Santo Sepulcro y tengo que intentar volver allí antes de regresar a casa.
Es hora de comer y me van a regalar con otra sorpresa. Vamos al mercado más importante de Jerusalén, donde ha habido tantos atentados suicidas, pero donde uno se rodea del ambiente de oriente medio. Si entrecierras los ojos, podrías estar en Damasco, El Cairo, Estambul, Amman o Alego. El colorido de las especias, los puestos de aceitunas, la carne y el pescado, los frutos secos... aromas del oriente mediterráneo.
Allí cerca, entramos en un restaurante o, mucho mejor dicho, en una casa de comidas de influencia iraní. La cocina se ve a través de una ventanilla y la cocinera despacha especialidades que tiene en varios pucheros calentados en hornillos. Nos traemos un surtido, mojamos el pan de pita en las salsas y purés. Me gustaría recordar los nombres de estos platos sencillos pero sabrosos; no hay manera. Entran y salen los parroquianos de toda edad y condición. Unos solos, otros en grupo. Una gran foto del fallecido propietario preside el comedor y por la tarde, en un paseo por el centro cerca de la calle Jaffa, lo volveré a ver en una sucursal del restaurante.
¿Qué cómo es la comida de estilo iraní? Es muy fácil responder, parecida a cualquiera de esta zona del mundo, pero diferente. No se trata de ser muy preciso sino de disfrutarla y me he dado cuenta de unas bolas de carne recubiertas de masa, o una sopa de remolacha, pero estoy tan ocupado gozando del paladar que no sabría decir más.
Tenemos que salir corriendo del restaurante. Es la hora de la próxima visita, el El Ascensor del Tiempo. En un antiguo cine han montado unas butacas mecanizadas y sobre la pantalla proyectan una película que nos lleva desde los tiempos de Abraham hasta la guerra del 67, pasando por las diversas épocas históricas mientras nos zarandean simulando un ascensor medio roto y unas vagonetas de minero.
Tiene guasa que cuando por la pantalla atravesamos un río subterráneo nos sueltan un chorro de agua atomizada que ambienta mucho, pero me deja las gafas perdidas... Yo creo que la utilidad de los asientos mecánicos y los bruscos movimientos a los que nos han sometido han servido más para acelerarnos la digestión que para otra cosa, así que acabado el show, nos vamos a merendar al centro de Jerusalén, a una cafetería de cadena donde, como en tantos y tantos lugares, nos cachean antes de entrar y registran los bolsos. Cafetito y pastel.
A la salida un espectáculo de propina. Acaban de cortar la calle Jaffa a vehículos y peatones y llega un furgón de los especialistas en explosivos. Es de noche, pero llegamos a ver que alguien olvidó una mochila a la puerta de una tienda y van a seguir el protocolo de estos casos.
Fotográficamente estoy preparado para la explosión. Gracias a Dios no haré la foto de mi vida y todo se resolverá en una falsa alarma.
7 de Noviembre 2006
Amanece soleado, después de dos días de nubes y un poco de lluvia. Hace fresco aquí en el zimmer de Shoresh, pero el sol es magnífico. El día muy claro.
Me levanto sin prisas, hoy la salida será más tarde porque hay que ir a Tel Aviv para recoger el todo terreno que nos llevará al desierto y me tomo un buen tiempo para disfrutar del copioso, aunque monótono, desayuno que me trae un negro montado en un carrito de golf en una cestita como la de Caperucita.
Dentro hay una inmensa ensalada, una colección de quesos tiernos, cremas variadas de las de comer mojando pita, huevos duros, aceitunas y yogur. Un poco de mantequilla, algo de mermelada de membrillo y mucho pan, de pita y del otro nevado de sésamo.
Agua para beber y café o té del que hay siempre en la habitación con esas jarras súper rápidas para calentar el agua. Por lo visto es un desayuno típico judío.
Empieza el viaje, tomamos la dirección hacia Jerusalén y desde allí hacia el Mar Muerto; pero hoy no llegaremos muy abajo, y digo abajo, porque desde la capital espiritual hasta el río Jordán se baja más de un kilómetro en altura.
A poco de dejar atrás Jerusalén, tomamos una pista de tierra hacia la derecha y nos ponemos a pisar el desierto de Judea. Durante un buen rato vemos a nuestra derecha los edificios no muy lejanos de Jerusalén Este y por detrás de ellos el monte Scopus con la Universidad.
Un pastor está preparando té junto a dos borriquillos en medio de la nada, en una ladera pedregosa. Nos acercamos y, gracias al poco árabe que habla mi amigo, entablamos conversación. Al momento aparece su hijo que viene recogiendo del suelo cualquier cosa que arda, maderitas, paja, palitos o boñigas de camello. Hay que alimentar el fuego que su padre está encendiendo con un papelito. La tetera renegrida y cargada hasta arriba de agua y hojas de té cultivadas en la zona y puestas a secar por ellos mismos, se apoya sobre cuatro pequeñas piedras. El combustible está del lado del que sopla un poco de viento y en un momento, el fuego arde con alegría.
No puedo evitar acordarme de algunas barbacoas donde hacer fuego es casi misión imposible a pesar de los medios abrumadores que usamos.
Ya nos han invitado a sentarnos con un gesto que parece que señala a unos confortables divanes o almohadones o qué se yo; pero en realidad sólo está el suelo pedregoso. Yo se lo agradezco con un gesto, pero sigo haciendo fotos. Ya intentaré sentarme más adelante.
Sus cabras están pastando a unos 800 metros de aquí, nos cuentan. Nosotros no las vemos, pero tampoco vemos ningún pasto; nada que se pueda comer ni siquiera una cabra. Mohamed tiene siete hijos; el que le acompaña, rondando la treintena, está soltero.
Fumamos mientras el agua se va calentando, Mohamed no para de cuidar el fuego y debe estar acostumbrado porque mete la mano entre las llamas para acomodar los palitos.
De dónde somos, dónde vivimos, qué hacemos, dónde viven, qué hacen para vender las cabras o su leche, dónde se aprovisionan y cosas de este estilo forman la torpe conversación en un árabe trufado de gestos y alguna palabra de español cuando falla todo.
Los dos beduinos acercan algunas bolsas de plástico. Es la comida a la que nos acaban de invitar. Hay un par de bolsas negras de basura con pan ácimo muy fino, doblado como si fuera una tela. Lo han hecho ellos esta mañana antes de salir del campamento. Sacan también un par de pepinos más bien pequeños y un tomate muy maduro, casi pocho. Un buen puñado de aceitunas aliñadas con muchas hierbas y de un sabor fuerte y muy aromático. Junto con el té (nosotros llevamos unos vasos que completan la vajilla para 4) es la comida que era para dos y ahora es para cuatro. Cortan los pepinos a lo largo, el tomate y nos ponemos a comer.
Será el té, muy azucarado, o será la influencia del desierto porque hasta bien entrada la tarde, cinco horas después, no comeremos nada más. Quedamos saciados.
Nos despedimos de nuestros anfitriones en la nada desértica y continuamos hacia el Mar Muerto que alcanzaremos unas horas más tarde, casi a la puesta del sol un poco al norte del oasis Ein Gedi, famoso por ser un kibutz y tener una zona de baños en el Mar Muerto.
Vamos por pistas o campo a través. Cruzamos cauces de torrentes secos, subimos pendientes y bajamos cuestas. En algunas casi hacemos trial y hasta hay que mover las piedras para no cargarnos el Mitshubishi Pajero que nos lleva.
Una leve línea verde nos indica por dónde pasa el torrente Cedrón que vimos ayer en Jerusalén. Viene con agua que ha recogido de los desagües de los barrios de Jerusalén Este. Hay que taparse la nariz. Dice Oren que las aguas se depuran más abajo antes de llegar al Mar Muerto. Confío en que sea verdad.
Los paisajes son fascinantes, colinas y más colinas de ocre claro salpicadas de ocre rojizo donde las rocas magmáticas dan dureza a la tierra, algunas de formas curiosas.
Paramos de tanto en tanto para hacer fotos y nos cruzamos con vehículos militares pues todo esto es zona de maniobras y campos de tiro.
Desde el desierto hacia el Mar Muerto hay muy pocos pasos practicables, porque se llega por lo alto de una meseta que cae bruscamente en el lecho de ese mar interior. En el que elegimos nosotros hay, además de un campamento de comunicaciones militares, un pequeño lugar para visitantes, bed & breakfast, bar, restaurante, camellos, etc. Tiene una vista estupenda y a esa hora del crepúsculo las montañas jordanas al otro lado del Mar Muerto tienen un color rosado que se refleja en el agua.
Por el Oeste el sol tiñe de naranja las ya amarillentas colinas del desierto.
Para disfrutar de este momento, Oren me lleva a una elevación donde las vistas sobre un profundo barranco son espectaculares y mientras hago una y otra vez la misma foto porque cada vez me parece diferente, él prepara un café beduino con la ayuda de un camping gas.
Llegamos a la carretera que baja hacia el sur cuando el sol ya se ha puesto y tardaremos casi tres horas en llegar al mirador sobre el cráter Ramón, donde hay un pueblo llamado así: Mizpe Ramon.
Hace frío ahora que es de noche. Buscamos un alojamiento tipo beduino, de los que hay varios. Una especie de granja campamento con jaimas, corrales, etc. regentados por hippies modernos, rollito esotérico y espiritual, rastas y mugre.
En el primero no nos admiten ya que no está el dueño. Mejor, la chica con la que hemos hablado no me dejó fumar dentro de la tienda de campaña de más de 100 m2. El segundo no nos gusta, sólo hay 3 personas, la tienda dormitorio es muy grande y hace mucho frío; no llevamos sacos de dormir.
Al pasar por el pueblo se nos ocurre que ya es hora de cenar y encontramos un estupendo restaurante, muy grande, con el estilo de los modernos restaurante de autopista. Tiene los techos muy altos, se ve que antes fue una nave industrial.
Nos damos una panzada de los aperitivos tradicionales, ensaladas y humus. Todo a base de mojar el pan de pita; y un par de entrecots estupendos. Un grupo de oficiales de la edad de mis hijos cenan a nuestro lado. Son de transmisiones, de uno de los grandes cuarteles que hay cerca de Mizpe Ramon.
Pagamos con Visa, que este desierto del Negev está perfectamente colonizado aunque la vida aquí sea dura de verdad.
Como la que lleva la familia que nos acoge en su granja preparada para alquilar bungalows prefabricados pero muy bien decorados y acondicionados. En uno de ellos pasaremos la noche calentitos y cómodos.
La familia vive del cultivo de unos pocos olivos, algunos animales y unos caballos que completan la oferta turística.
Por la mañana nos ofrecerán un desayuno pantagruélico con muchos productos lácteos hechos por ellos mismos.
Tengo ganas de que amanezca para ver el cráter. Esa palabra me tiene confundido.
8 de Noviembre 2006
Hoy será el día de los cráteres, pero tengo que empezar el relato donde lo dejé ayer, es decir, en el pantagruélico desayuno en la jaima comedor de la granja donde nos hospedamos.
Pregunté de qué estaba hecha la mermelada que untaba en el pan y me dijeron que de calabacín. La asociación de ideas me llevó a recordar a la abuela paterna de mi mujer, que hace muchos años, nos regalaba mermelada de tomate con melón. A mi siempre me chocó que la mermelada fuese de verduras en lugar de frutas, pero parece que hay alguna ambigüedad en esas palabras y las cosas se mezclan y confunden.
No sólo nos pasa a nosotros, sino que en Israel han cambiado oficialmente esos conceptos y a los niños pequeños les enseñan qué son frutas y que son verduras desde un criterio más acorde a la botánica que al lugar o a la planta que las producen.
El otro detalle que merece la pena comentar es el de que la mujer de la casa, saluda y dice algunas palabras en español. No sería sorprendente que fuera de origen hispanoamericano, pero no es así. Conoce algo de español gracias a las telenovelas en castellano que dan con frecuencia en la televisión israelí; y algún mérito habrá que conceder a esos programas para que la gente los vea en lugares tan alejados en el espacio y en la cultura.
Nos llevamos al hijo mayor del matrimonio hacia el instituto donde estudia que nos queda de paso hacia el mirador (“mizpe”) sobre el cráter Ramón.
A mi la palabra cráter me lleva a los cráteres volcánicos indefectiblemente. No concibo otro tipo de cráter, pero por lo visto, sí los hay.
Los que voy a ver hoy son como si una montaña (inmensa en el caso del Ramón, del orden de 40 km. de largo por entre 2 y 10 km. de ancho) hubiera sido erosionada durante millones de años por un río, dejando una base plana y unas paredes rocosas, muy altas alrededor pareciendo (si no fuera porque las proporciones aquí son inabarcables) que es la erupción de un volcán lo que la ha provocado.
Desde el mirador se ve la parte más espectacular de esta formación geológica, pero como sólo se ve una parte la sensación no es todo lo fuerte y sorprendente que uno venía dispuesto a tener.
La mañana es fresca y soleada, pero hay humedad en el ambiente. A pesar de estar en medio del desierto del Neguev, a sólo 25 km. de la frontera con Egipto, las noches son húmedas y todavía queda algo flotando en el ambiente y dificultando las fotos.
Hablando de volcanes, en el lecho del río aparecen aquí y allá pequeños montículos más oscuros, sin duda originados por pequeñas erupciones pero acabadas en punta, no se ve la chimenea ni el cráter.
Antes de bajar, me sorprende que una manada de cápridos, ignoro de qué especie, vive a orillas del cráter pero también a escasos metros de las viviendas del pueblo. Están acostumbradas a la gente y al ruido de la civilización y no se asustan ni huyen. Lo veré más veces y la duda es quién las alimenta y por qué no buscan mayores espacios. Es como un zoológico sin jaulas ni vallas.
Camino del siguiente cráter, bajamos a ver “El aserradero”, una colina donde la roca magmática ha cristalizado formando paralelepípedos, de modo que parece que han estando aserrando troncos para hacer gruesos listones.
Toda esta es una zona de excursiones, senderismo, etc. Las rutas están debidamente marcadas y hay mucha gente que viene a este Parque Natural para hacer actividades de aire libre. En uno de los carteles con consejos para los deportistas dice que hay que llevar 5 litros de agua por persona antes de adentrarse en el desierto. Mucho peso me parece a mi...
Nos dirigimos al Gran Cráter, y de camino vamos a entrar a visitar las tumbas de Ben Gurión y su esposa Paula. La verdad es que están en un lugar privilegiado y todo allí respira paz y tranquilidad. Es el kibbutz de Sde Boker, fundado para cultivar el desierto con ese espíritu indomable que tienen los israelíes. Las casas se han construido con criterios bioarquitectónicos y se parecen mucho a las casas del Magreb, o para ser algo más poético, a las casitas que ponemos en los belenes por Navidad.
Nos va acompañando en este camino el cauce del río Zin, dejamos a un lado el cruce hacia Simona.
Finalmente llegamos al Gran Cráter, impresionante, sí, pero al que le pasa lo mismo que al cráter Ramón y es que al no poder abarcarlo todo con la mirada, perdemos la sensación de conjunto y los detalles, aunque notables en sí mismos, no son lo que sería cuando vemos un mapa o una fotografía aérea.
Seguimos camino, las horas pasan rápidas y nos queda lo mejor, en mi opinión, el cráter pequeño que sí somos capaces de abarcarlo completamente y que nos da una verdadera sensación de grandiosidad telúrica. El fresquito del desierto y un vientecillo molesto es lo único que nos hace dejar este paisaje. Ya vemos el valle del Jordán al Este y las montañas de Jordania.
Bajamos hacia el Mar Muerto por la antigua carretera de Beersheva a Eilat, construida en 1948 por el Ejercito y famosa por un brutal atentado a un autobús con colonos y trabajadores en los primeros años de la década de los 50. Es una carretera que por sí sola justifica el viaje. Revirada como los buenos puertos de montaña del Tour de Francia y con unos bidones oxidados llenos de tierra que sirven de señal y protección como si fueran muros o quitamiedos.
Parece una bobada, pero esos bidones oxidados me hacen rememorar la película Éxodo y aquella época histórica, un poco romántica.
Seguimos viendo a lo largo del camino carteles que indican que estamos en zona de maniobras militares y que hay campos de tiro cerca. Los carteles te indican de donde puede venir el fuego: de la derecha, de la izquierda o de ambos lados. Todo un consuelo morir informado.
Ya estamos al nivel del Mar Muerto, y en esta parte tan al Sur, todo lo que vemos son explotaciones de sus sales minerales, el verde azulado del agua contrasta con la gama de ocres de las montañas de sales que hay en estas industrias.
Dejaremos al lado la carretera que, por la izquierda, va a Beersheva, dejaremos también a ese lado la mole de Massada, el balneario de Ein Gedi y a la altura de las cuevas de Qumram giraremos a la izquierda hacia Jerusalén.
Nos detendremos brevemente para ver a lo lejos un monasterio cristiano de los varios que hay en los barrancos del Desierto de Judea. Este sería un tema fotográfico interesante pues hay algunos muy antiguos y edificados en las mismas paredes de los wadis.
Allí mismo ha parado un autobús con chicas ortodoxas judías. Se nota en el uniforme que llevan, muy discreto y algo pasado de moda. Les acompaña un hombre armado con un fusil. A mi me cuesta mucho acostumbrarme a ver armas en las manos de civiles, por mucho que las veo nunca me parecen normales.
Uno de los recuerdos más vívidos que tengo de mi primera visita a Israel fue el de un profesor que guiaba a sus pequeños alumnos por el Cardo en la parte judía de la Ciudad Vieja de Jerusalén armado con un enorme pistolón que llevaba al cinto.
Aquí termina la aventura por hoy, si podemos considerar que recoger a los hijos de Oren de la guardería y cuidarlos hasta la hora de la cena no es una aventura más dura que todo el recorrido por el desierto que acabamos de hacer.
El día acabará con una cena en Tel Aviv, en otro restaurante de moda, esta vez tex-mex y el regreso, dando cabezadas, al zimmer para la última noche en Israel.
9 de Noviembre de 2006
Hoy regreso a casa, pero tengo tiempo para hacer los deberes.
Ayer le pedí a Oren que me llevase a visitar de nuevo la Iglesia del Santo Sepulcro y eso es lo que vamos a hacer temprano esta mañana.
Como siempre entramos por la puerta de Jaffa, la ciudad vieja apenas ha despertado pero ya hay gente por las calles, más de la que esperaba habida cuenta de que los puestos de este inmenso zoco que son las callejuelas de los cuatro barrios de esta ciudad milenaria están cerrados.
En un momento llegamos a la pequeña plaza que da al Santo Sepulcro. Siempre me ha sorprendido que no hay nada monumental ni llamativo aquí, no hay una gran plaza que de perspectiva a la fachada de la iglesia. Tampoco la iglesia tiene una fachada digna de admiración, es como todo por aquí, el fruto de una cultura encima de otra, algo hecho a pedazos de siglos.
La primera vez que estuve aquí, antes de la segunda intifada, era un caos de turistas. Tuvimos que contratar un guía que hablaba el batiburrillo de lenguas más fascinante que nunca he visto, para, a codazos, poder ver lo fundamental y enterarnos a medias de sus apresuradas explicaciones.
No sólo la iglesia estaba llena de turistas y peregrinos, sino que por dentro se celebraban ceremonias de las diversas confesiones cristianas que se reparten este santuario.
Ahora la calma es total, un grupo de eslavos, probablemente rusos o ucranianos que se santiguan al modo ortodoxo y otro de nigerianos que llenan por completo la zona del calvario, unos rezan, otros se emocionan y la mayoría saca fotos de recuerdo.
Yo voy dando bandazos. Oren me ha dejado a mi aire y yo divido mi tiempo caóticamente entre la reflexión íntima y las fotos que veo mientras deambulo por esa iglesia llena de capillas, recovecos y criptas. Pero se está bien, nadie tiene prisa.
Me sorprende un sacerdote católico que está diciendo misa para una señora entrada en años que se sienta a su lado y un fraile franciscano que dormita en un banco alejado. Llego al final y me quedo con las ganas de haberlos acompañado.
Repito la foto con la que me presenté en OjoDigital, esta vez me sale mejor encuadrada pero le falta el rayo de luz que cae del cielo y pierde toda la gracia.
No entro en el sepulcro, no creo que pueda superar la visita del 2004 donde estábamos absolutamente solos. Hoy una docena de personas hace cola para entrar.
Salgo con la sensación de siempre, la de que no lo he hecho bien otra vez. Ni he prestado atención suficiente a mi fe ni he sacado una foto redonda. Esta mezcla no me va bien. Me queda el consuelo de que no será la última oportunidad.
Nos vamos a Tel Aviv para cumplir con el poquito trabajo que me había servido de excusa para el viaje.
Y en el trayecto por la A1 nos encontramos con las dificultades propias de este país, donde ser judío ortodoxo da derechos especiales a los ciudadanos, en prolongado agradecimiento a su colaboración en la colonización, en la propia consolidación del Estado y en la recuperación de la lengua y la religión que son señas de identidad de la nación.
Entre esos derechos especiales está el de circular por el carril de la izquierda en las autopistas, ajenos o, mejor dicho, abstraídos en sus rezos o en sus pensamientos y con absoluto desprecio e ignorancia a los derechos de los demás.
Circulan en coches viejos, sucios y desastrados. Solos o en compañía de otros. Y a duras penas, a base de bocinazos, ráfagas de luces y presión sobre su guardabarros trasero, se apartan.. En muchos casos hay que adelantarles por la derecha. No son conscientes del peligro que provocan o, si lo son, les tiene sin cuidado.
Después de trabajar un poco, nos vamos a comer a un pequeño restaurante al sur de la vieja ciudad de Jaffa. A la hora que llegamos se han agotado las especialidades y solo queda humus. Eso comeremos, un plato de humus, una cebolla y pan ácimo. Suficiente para que la última comida en Israel me dure en el recuerdo hasta que regrese.
En estos restaurantes se abre por la mañana con unas determinadas cantidades de cada plato y a medida que se van agotando se eliminan de la “carta”. Dentro de un momento, cuando se acabe el humus, cerrarán hasta mañana.
Noham está avisado de mi salida del país y tenemos suerte porque hoy está en el aeropuerto. Vendrá a nuestro encuentro y me evitará los registros y los interrogatorios de seguridad que tan desagradables hacen la salida de Israel. Así da gusto, ha sido el broche de oro a una semana VIP.
Voy a empezar a preparar mi viaje de dentro de un par de años. Ya tengo temas fotográficos que me gustaría hacer, pero sobre todo quiero volver a respirar este aire y a llenarme los ojos con esta luz tan especial.
Mi deuda con el Santo Sepulcro sigue en pie.
Epílogo
La mayoría de la gente que me conoce y sabe de mis andanzas se preocupa por mí. Yo creo que lo que desean o temen es sincero y no es lo contrario.
Por eso, antes y durante este viaje, la mayoría me decían que cómo se me ocurría ir a ese país en permanente guerra con todos sus vecinos y tradicionalmente expuesto al terrorismo.
Yo les respondía que mis amigos israelitas pensaban lo mismo de nosotros en los años en que el terrorismo de ETA era más activo.
La verdad es que la vida es una sucesión de oportunidades que se van presentando y de que uno las aproveche o no depende la riqueza de la propia vida. Así que ese fue el principal motivo de mi viaje.
El segundo fue la particular atracción que sobre mi ejerce Oriente Medio, por variadas razones entre las que ahora la que más pesa es que uno ama más aquello que más conoce.
Pero este epílogo no quiere versar sobre las razones que tuve para hacerlo, sino sobre la seguridad. Un concepto que estamos aprendiendo en esta parte de la Europa más desarrollada y que nos obliga a hacer cosas tan ridículas como meter la pasta de dientes en una bolsita transparente y tener que comprar los botes de espuma de afeitar en un tamaño económicamente perjudicial para nuestros bolsillos.
Israel es un país experto en seguridad. Les va en ello la vida.
Pero a diferencia de nosotros los europeos que estamos obsesionados con que nadie entre unas tijeras en la cabina de un avión o un móvil en un juzgado, ellos que eso también lo intentan evitar, de lo que se preocupan es de que un terrorista no entre, ni desnudo, en uno de los aviones que parten de sus aeropuertos; ni en la explanada del Muro Occidental, ni en ninguno de sus pueblos, ni ni siquiera en una cafetería de Tel Aviv.
La idea es simple, lo peligroso es la persona que tiene malas intenciones. Los medios los puede esconder, fabricar, improvisar o robar.
Todos nosotros podemos subir a un avión con una bomba en las manos sin suponer ningún peligro para nadie. Ya nos cuidaremos muy mucho de que esa bomba no explote. Ni somos suicidas ni podemos consentir que nadie resulte perjudicado o dañado si de nosotros depende.
Por eso allá los policías, los soldados, los empleados de empresas privadas de seguridad, los funcionarios del gobierno y la inmensa mayoría de la población están entrenados para descubrir a las personas peligrosas por su expresión facial, por el tono de su voz, por el brillo de su piel, por el nerviosismo de sus movimientos.
Es cierto que, lo cachearán y le registrarán su bolso o mochila, pero lo más importante será la reacción a las palabras y los gestos. Y también es cierto que se pueden producir excesos, confusiones o injusticias; y al que se preocupe por ello que piense también en que a él mismo se le está tratando de sospechoso cada vez que sale de su casa en la civilizada Europa.
Y esta última frase no es para desentenderme de esas injusticias sino para decir que en un estado de derecho, como es Israel, existen las garantías para que eso no suceda y si sucede para que se aclare lo antes posible. Igual que en esta Europa de la que estamos orgullosos.
Viajar por Israel es cómodo; no se tiene la sensación de opresión ni se siente la obsesión por la seguridad. A cualquiera de nosotros hay cosas que le llaman la atención porque aquí son infrecuentes o inexistentes, pero la sensación no pasa de ahí y uno acaba por acostumbrarse y entender ciertas cosas.
Por ejemplo los interrogatorios y registros en el aeropuerto, mucho más intensos al salir que al entrar como resulta obvio ya que saliendo vas a montar en un avión.
Por ejemplo, ver a los militares que van o vuelven de sus casas con el arma reglamentaria al hombro.
Por ejemplo ver civiles armados cuidando de grupos de escolares o turistas.
Por ejemplo, que haya vigilantes en los centros comerciales, los restaurantes o las cafeterías, y también en los lugares especialmente significativos.
Por ejemplo que los pueblos, especialmente los situados cerca o dentro de los territorios ocupados estén vallados y en la barrera de entrada haya un guardia armado.
Y esto es de lo que nos damos cuenta. Yo estoy seguro de que hay mucha gente cuidando de nosotros sin que lo sepamos.
Ya sé que el riesgo de que algo suceda es relativamente alto si lo comparamos con nuestra vida normal, pero todos sabemos que en nuestras propias ciudades hay barrios o calles en los que es mejor no entrar. Allí no habrá nadie para protegernos.
Y qué decir de algunas ciudades de Sudamérica donde no sólo los robos, los asesinatos o los secuestros son diarios y donde ni siquiera la policía nos ayudará pues son ellos los primeros delincuentes.
También en el ejército se notan diferencias. Yo, que he hecho el servicio militar, recuerdo que la instrucción en orden cerrado era muy importante, es decir, desfilar bien, saludar mejor, etc.
La uniformidad era también importante: las botas limpias, el cuello duro, etc.
Sin embargo en Israel, con una mili de tres años y una reserva activa (pero activa de verdad) de muchos más los aspectos formales están mucho más relajados. Los reservistas, cuando regresan por unos días al ejercito visten casi informales mezclando prendar militares con otras civiles. Parecen el ejército de Pancho Villa. Ni siquiera los oficiales saben desfilar medianamente bien.
De lo que estoy seguro es de que unos y otros saben hacer la guerra muy bien, sin distraerse en detalles formales propios de épocas de paz prolongada.
No, Israel es un país civilizado, europeo, democrático y moderno. Y como está situado en una zona geográfica apasionante, es un crisol de civilizaciones y es una mezcla de religiones, etnias, razas, lenguas y orígenes enriquecedora, es un lugar que hay que visitar.
Y ya lo habréis sospechado si habéis llegado hasta aquí. Israel tiene mucho que ver pero también tiene mucho que sentir.
Para terminar, tengo que decir que este epílogo lo hubiera escrito igualmente aunque la Municipalidad de Jerusalén no me hubiera tratado como un huésped el Lunes de mi viaje.